En un tiempo alejado de este tiempo, en un mundo similar al nuestro, se narra una historia que evoca esperanza y amor. Se cuenta que en un pasado de ese tiempo, existió un árbol que superaba en proporciones al mismo mundo donde estaba plantado, podía ser visto desde cualquier lugar del planeta. En aquellos entonces, el mundo se encontraba en paz y armonía y del árbol nacían durante todo el año grandes esferas relucientes, que en su interior contenían cada una un regalo muy especial para cada habitante del mundo. Era llamado árbol de Navidad, ya que en esa celebración, las cajas debían ser recolectadas por un ermitaño que vivía entre las raíces del árbol, su nombre era Claus y su estatura era la de un humano promedio, pero su fuerza de voluntad lo hacia enorme, pues se encargaba de recolectar cada esfera para cada habitante del planeta y se aseguraba de que cada quien recibiera su regalo, además, durante todo el año cuidaba del árbol, cuidaba de cada rama y cada hoja, siempre con paciencia y determinación.
Cuando la fecha de entrega de las esferas llegaba, Claus repartía de casa en casa y de persona en persona los regalos, siendo una sonrisa sincera, un abrazo o un apretón de manos, su única y más valiosa recompensa. No le importaba el frío del día o de la noche, no le importaba el cansancio acumulado, pues una sonrisa sincera se lleva entre el viento y los labios, el pesar de los años. De esta manera la gente siempre recibía sus regalos en Navidad, los recibía porque lo merecían, cual flores que merecen la frescura del roció, la gente de ese mundo recibía el calor de un abrazo, de un beso o la alegría concentrada de una sonrisa que, para aquellos días fríos de Navidad, siempre era placentero tener.
Por desgracia para ese mundo, un día del primer mes del año, llegaron unos individuos de otro mundo, decían venir de un lugar cercano pero desconocido para muchos, eran siete y dijeron sus nombres; Van, Lust, Ven, Ava, Ambit, Gois y Enide. El corazón de las personas nobles es el más grande y es por ese motivo que se vuelve un blanco fácil y vulnerable, y los siete extraños comenzaron a mezclarse con la gente. Al poco tiempo, ya en el segundo mes del año, las cosas habían cambiado mucho, la gente también. Los susurros de los extranjeros llegaron muy dentro de cada persona y ahora seguían un "Nuevo Dogma", al que llamaban Guerra. La gente se encontraba llena de envidia y avaricia, les escurría la ambición y la vanidad, muchos exaltaban la lujuria, el egoísmo y las ansias de venganza. Las peleas no tardaron en surgir, pues era la principal actividad de la que hablaba su nuevo dogma. El tiempo siguió pasando y el tercer, cuarto y quinto mes se pintaron de sangre, el sexto, séptimo y octavo se cubrieron de cadáveres, el noveno, el décimo y el décimo primer mes se asfixiaron entre humo y polvo generado por la destrucción. Pero llegó el ultimo mes del año y todos ansiaban el día de Navidad para tener sus regalos, todos pensando en que su regalo sería el mejor, en que no se lo prestarían ni mostrarían a nadie, pensaban en que si alguien tenia un regalo mejor entonces harían lo posible por arrebatárselo. Fue hasta entonces, cuando después de más de diez meses de peleas y odio, muerte y destrucción, recordaron el Árbol de Navidad y al fin lo observaron de nuevo, tan acabado, seco y casi muerto, casi tanto como el mundo. Allí estaba para todos, el Árbol de Navidad erguido sobre toda esa porquería, luchando por permanecer de píe y lo más completo que le fuera posible. Tanta maldad le impedía recibir los rayos del sol y ya no respiraba los buenos pensamientos, no podía vivir más absorbiendo involuntariamente de la tierra toda esa sangre y carne podrida y maldita. Fue entonces cuando los habitantes de aquel mundo se dieron cuenta de lo que habían hecho, fue cuando vieron a todos esos niños llorando, cuando se enteraron del mal que habían causado. Entonces escucharon un coro de voces burlonas que venia desde lo alto y les dijo:
"Mirar lo sucedido
pues es su obra y de nadie más,
es su hogar y nos dejaron entrar,
un mundo acabado y mal trecho"
Todos alzaron la vista,y en una de las expirantes ramas del Árbol de Navidad, se hallaban Gois, Ava, Van, Ambit, Ven, Lust, Enide y una enorme y repugnante bestia que sostenía entre sus fauces el cadaver de un bebé. Todas las personas sintieron asco al ver a los siete extranjeros y asco y miedo al ver a la bestia devorando el cuerpo inerte del bebé. Los siete visitantes, al unisono volvieron a hablar:
"Ya es hora de alimentar al Niño
no lo dejen sin alimento.
No necesita cariño,
le basta dolor y sufrimeinto"
Al terminar de decir esto, Lust le arrojó el cadaver de una mujer a la bestia y la criatura aumento de tamaño en grandes proporciones, babeando y jadeando de exitación al consumir tal manjar. Las mujeres desviaron la mirada y los hombres perdieron el aliento, los pequeños buscaron a alguien a quien abrazar aunque fuese un desconocido, pues buscar un familar entre tanto caos era inutil.
Después de disfrutar por un momento la reacción de las personas, el coro volvio a escupir sus palabras:
"El Niño tiene hambre,
pronto, que alguien muera.
Él sólo quiere sangre,
pues su nombre es Guerra"
Las personas entendieron lo que los visitantes decían; eran ellos mismos quienes habían parido la bestia y aún tenia suficiente comida como para crecer aun más que el propio Árbol de Navidad.
Las personas comenzaron a separarse las unas de las otras, se tiraban al suelo a llorar, se escondian entre edificios y construcciones derrumbadas, parecian fundirse con los escombros y volverse uno con ellos. Mientras tanto, Guerra respiraba todo el sufrimiento por su nariz puntiaguda y se deleitaba observando la escena a través de sus cien pares de ojos, azotando sus seis coloas contra el carcomido tronco del Árbol de Navidad, y crecia y crecia cada vez más y más, hasta que crecio tanto que el Árbol de Navidad no soportó más su peso y comenzó a volverse polvo , parte de él se regó por el mundo y otra parte se perdió en el espacio, Claus lloraba y se sintió morir junto con él Árbol, pues a pesar de ser de las pocas personas que no fueron corrompidas por los extranjeros, y que siguió cuidando del árbol, no pudo hacer más por él. Los siete visitantes bajarón a comer los restos del árbol y Guerra bajó a comer los cadaveres esparcidos por el mundo.
Del árbol y la esperanza solo quedaba polvo, pero quedaba. El recuerdo era de paz, pero el presente le pertenecía a Guerra.
Los niños lloraban, pero a diferencia de los adultos, ellos se abrazaban entre si, todos estaban tristes y con miedo, pero hubo una niña llamada Amve, que les dio la fuerza para enfrentar a los extranjeros.
Los niños seguian teniendo miedo, pero el amor los unía y los volvia no fuertes ni inteligentes, pero si sabios y poderosos. Los niños se acercaron a los siete extranjeros y estando cerca, Lust se levantó y caminó hacia ellos, apenas iba a comenzar a hablar para persuadirlos pero se notó que no podía pronunciar palabra alguna, su lengua no tenia ningún efecto sobre los niños. Al ver lo que le pasaba a su aliado, Ven y Enide dejaron de comer y se dirigieron a la pequeña multitud de infantes que se acercaba con paso firme y decidido.
-Niños y niñas ¿por qué se resisten? -preguntó Enide.
-No seas tonta Enide -dijo Ven -es amor lo que sienten.
-¿Amor? ¿Qué es eso?
-Un sentimiento -le respondió Ven - eso es el amor, que me maten si miento o que me manden al sol.
-¡Oh! Ya veo -continúo Enide fingiendo sorpresa -pero dense cuenta pequeños infantes, que están en desbalance, y con ese amor, no creo que les alcance. Mira pequeño -dijo mientras señalaba a un niño -el amor que ella siente -dijo señalando a una niña -es mayor, tan sólo con acercarse se siente el calor, no debería ser así, si quieres vencerme a mí, será mejor que hagas algo y se lo quites para ti, de otra forma, de este problemas no podrás salir.
-¡No! No muchacho -dijo Ven fingiendo severidad -eso está mal. Mejor si ella desaparece, mejor si ya no está, así tu amor no será superado, ni nunca más diezmado.
-Se equivocan-contestó Amve -el amor no se trata de ver quien tiene más, ni separarnos y solos quedar, el amor crecé si las personas unidas están, el amor reunido, ni la envidia ni la venganza lo pueden superar -entonces Enide y Ven cayeron de rodillas sin poderse levantar y los niños siguieron avanzando hacia los restos del Árbol de Navidad. Unos cuantos pasos habían dado cuando Van y Gois les cerraron el paso.
-Tontos, tontos chiquillos -dijo Gois -no se dan cuenta de lo que harán, compartiendo su amor muy mal terminarán, prestando su amor sin nada quedarán, repartiendo su amor miseros se volverán.
-Claro eso está -dijo Van -mejor déjenlo para ustedes y nada malo sucederá, mejor será si tienen más, nadie mejor que ustedes habrá y todos los adorarán.
-Ustedes -dijo un niño de nombre Hepza -se equivocan. Si el amor se comparte más amor evocará, si es embaulado marchito morirá -y así fue como el corpulento Gois y el esbelto Van no controlaron sus piernas e involuntariamente se hicieron a un lado para dejar paso a los niños, que de nuevo, no pudieron avanzar más de unos cuantos pasos porque eran Ava y Ambit los que ahora les hacían frente.
¡Ya basta de estupideces! -dijo Ambit -niños y niñas torpes, en lugar de dar amor deberían querer más, y en cambio regalandolo están, ¡pidan, pidan más!, con mucha fuerza y pronto lo tendrán.
-Y una vez que lo tengan -continúo Ava -no lo dejen escapar, y a aquellos a los que amor le dieron, deben cobrarselo al doble o al triple, esa es la forma de qu se multiplique.
-Tan erroneos sus pensamientos -dijo una joven de nombre Feith -cobardes extranjeros, tanto como sus sentimientos, el amor no crece reteniendolo ni se cobra con intereses, no es para ir exigiendolo, se tiene porque lo mereces - Ava y Ambit tambien cayeron al suelo y Guerra que habia estado observandolo todo, se dirigio hacia los niños y cuando llegó comenzó a devorar a los siete extranjeros. Los niños se acercaron mas hacia los restos del árbol, Amve, Hepza y Feith se encontraban al frente y cuando estaban por agacharse a acariciar los restos del Árbol de Navidad el suelo retumbo agitado y los demás niños comenzaron a llorar y gritar; Guerra se acercaba. Amve, Hepza y Feith voltearón hacia atrás y vieron a la imponente y grotesca bestia, pero no se intimidaron, al contrario, siguieron con lo que hacían, aun con Guerra a sus espaldas, tomaron cada uno un poco de los restos del árbol de Navidad y lo acercaron a su pecho, Guerra se encontraba a tan solo un par de metros de los tres niños, ansioso de masticar su carne y beber su sangre, pero fue entonces cuando de los restos tomados por los niños brotó una luz que los envolvió y deslumbró los cien pares de ojos de Guerra haciéndolo soltar un estrepitoso rugido de furia y confusión. Una vez que el resplandor desapareció junto con la niña, el niño y la joven, todos lograron ver a un ave blanca y pura como la nieve que nunca termina de caer, tan alta como un corcel era Am-Zaith, el ave nacida del Amor, la Esperanza y la Fe. Guerra, al verla, retrocedió lentamente mientras se volvía más pequeña hasta quedar reducida al tamaño de un león, su tamaño natural, corrió y se fundió en la tierra para esconderse de Am-Zaith. Los niños se acercaron a la majestuosa ave para acariciarla y todas las personas fueron saleindo de sus escondites para admirar su belleza. Am-Zaith se alejo unos pasos de la gente, desplegó sus alas y voló por todo el mundo y mientras agitaba sus alas hacia caer un polvo diamantino que hacia a las perosnas recuperarse y sentir limpia su alma. Al terminar de recorrer el mundo, volvío al lugar donde habia nacido, se acercó a Claus y con el pico le otorgó una semilla muy pequeña, la más pequeña que Claus hubiese visto jamás y, sabía lo que tenia que hacer. Am-Zaith creó un viento que se llevó los restos del antiguo Árbol de Navidad al espacio y allí donde había crecido, Claus sembró la semilla que al poco tiempo comenzó a crecer gracias a la renovada gente de ese mundo, pronto se volvió un majestuoso árbol y Am-Zaith subió hasta la copa.
Durante todo el año siguiente la spersonas trabajaron muy duro para reconstruirlo todo y para enmendar sus errores, sin embargo, Guerra seguia viva y habia traido de vuelta a Lust, Van, Ven, Ava, Ambit, Gois y Enide, esos siete extranjeros que llegaron para quedarse seguían acechando a la gente, incitándolas a alimentar a Guerra, en ocasiones lo lograban y aveces fallaban, pero Am-Zaith lo veía todo desde su nido en la copa del Árbol de Navidad y cuando Claus repartía los regalos, ella le decía quien merecía regalos y quien no.
Aunque las cosas nunca volvieron a ser iguales, muchas personas sabían que cada Navidad, en cada una de ellas, la paz y la alegría sería tan grande como tiempo atrás.
FIN
Medellín, Colombia.
Washington
